#Lengua española
#proyecto
Campaña de salvataje. "Salvemos 20 palabras del olvido"
#LiceoFranco-ArgentinoJeanMermoz
Sección:
Párrafos que motivaron la realización de este proyecto
Hacia el final del capítulo I, "Una lengua en deterioro", leemos:
Nadie parece considerar las repercusiones del escaparate que constituyen las palabras: su influencia en cómo se ve a sí misma toda una comunidad, incluso en cómo es la sociedad que habla una misma lengua y cómo goza y sufre a través de ella. Con el uso que cada uno da al lenguaje quedan retratados el político, el deportista, el actor, el vendedor de lavadoras. Adivinamos si tras las palabras se halla una persona cultivada, un gañán, una víctima de la sociedad, un aburrido, un ególatra, un brillante conversador, una persona inteligente o alguien que no ha sido acostumbrado a razonar, un candidato interesante para el empleo que ofrecemos —incluso el de presidente del Gobierno— o alguien en quien jamás se habrá de confiar... Podremos fijarnos en los que usan desmedidamente la primera persona, en los que nunca pronuncian el nombre de su interlocutor, en los que lo emplean continuamente, en quienes manejan el subjuntivo con soltura y en los que no saben conjugarlo, en quienes intentan darse importancia con palabras que les vienen grandes — "voy a hacer una observancia", interrumpió alguien desde el público con ánimo de que el conferenciante le tuviera en cuenta—, en los que definen con precisión los conceptos y muestran con ello una mente ordenada, en los que no saben explicarse y, por tanto, tal vez no saben entenderse...
Eso sí, cualquiera de quienes desprecian su propio lenguaje y se expresan con lamentable pobreza apreciará el talento de los escritores y los dramaturgos, y de algunos periodistas, tal vez también el de un poeta clásico.
Pero lo verán como una virtud meramente profesional. Algo que no les atañe a ellos, sino sólo a quienes viven del oficio de juntar palabras.
Sin embargo, la elegancia de los actores y de las actrices, o su agraciado rudimento indumentario, o su cara bonita, constituyen un bagaje profesional que ellos aprovechan y nosotros admiramos, y que también desearíamos todos en nuestro catálogo personal sin necesidad de utilizarlo para aumentar los ingresos, sino sólo como mera cualidad social que nos atraiga el cariño y el respeto de los demás. No querremos convertirnos en profesionales del tenis, pero cualquier aficionado desea golpear la bola con estilo y quedar bien ante los espectadores del barrio, y a ser posible ganar la partida al amigo que se ha puesto enfrente.
¿Por qué no sucede nada de esto con el lenguaje, algo que entendemos ajeno y que, sin embargo, nos pertenece tanto?
Las modas sociales invitan por doquier al cuidado de cuanto pueda reflejar en el exterior lo que somos por dentro, incitan al culto de todas las apariencias: la casa, la decoración, el coche, la ropa... excepto de la apariencia que mana de lo más profundo de nuestro intelecto: el idioma. Incluso quienes hacen gala de un dominio eficaz del lenguaje se ven a menudo descalificados como cursis o sabihondos.
(...)
El vocabulario de las personas se reduce paulatinamente, lo que redunda en que también disminuyan sus ideas. Ha dicho el escritor Francisco Ayala: "La costumbre de recibir información a través del televisor está apartando a mucha gente de la práctica de la lectura, pero no menos cierto es que la pérdida del hábito de leer, a que la invasora información audiovisual induce, tiene por efecto la atrofia de las capacidades imaginativas y de las capacidades raciocinantes. Las nociones absorbidas por la vista, acompañadas o no de un mensaje auditivo, tienen un carácter sensorial directo y tienden a provocar en el sujeto una reacción inmediata, quizá mecánica e irreflexiva, en contraste con las nociones adquiridas a través de la escritura, que exigen elaboración mental por parte del lector, activando así sus potencias discursivas, estimulando su conciencia crítica y obligándole a transformar en imágenes de propia creación los signos del lenguaje".
Perdemos vocablos y conceptos como perdemos capacidad de ideación y observación. Ya nadie distingue los pájaros, nadie diferencia el gorjeo de un gorrión del silbido de un mirlo, ni un hayedo de un robledal, ni un endrino de una encina.
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